Reflexiones sobre Miedo y Vida: La Lucha Interna

Hoy desperté con la garganta muy apretada por una mano oscura e invisible. Una presión muda, antigua, que arde desde adentro y que me ahogaba sin poder respirar.

No hubo monstruo. No hubo pesadilla, ni gritos, ni sombra, solo esa opresión silenciosa que grita desesperada buscando el “por qué” antes de que todo se apague y la muerte la alcance.

El corazón late fuerte y golpea duro, como un tambor sordo que atormenta. La mente, como un enjambre, zuma fuerte. No piensa. El aire no alcanza. El tiempo convertido en un sin vivir en esa espera que tanto pesa.

Mi cuerpo, viejo compañero, apenas sostenido por la terquedad, por la voluntad de no romperse del todo. Aún no. No es el momento.

No es mi vida, me digo. No es mi mundo., me afirmo.

Miro a mi alrededor. No reconozco el paisaje, ni las voces, ni el rostro viejo, desnudo y frágil que me devuelve el espejo.

Todo me parece una obra en la que olvidé mi papel. Me siento actor sin libreto. Un extraño incluso en mi propia historia. Y no entiendo. No comprendo el por qué.

Pero me levanto. A pesar del peso. Tengo que hacerlo. Debo moverme. Debo caminar aunque pese, aunque duela.

Me arrastro hacia el balcón como quien busca el aire en el último segundo cuando bajo el agua se ahoga.

Y allí, entre la bruma, el alba se estira lenta, indiferente entre el murmullo del mundo que comienza a despertar.

Enciendo un cigarro. El humo sube perdido, como plegaria torcida, triste, como una oración sin fe lanzada al cielo.

Respiro. Aunque me cueste. Aunque nada parezca tener sentido.

Respiro.

La calle en su rutina, me observa desde la indiferencia: algún coche transitando, ventanas cerradas, una mujer que pasea un perro que ladra jodidamente.

Yo me aferro a la barandilla como si ese frío hierro pudiera hacer que me disuelva, como si pudiera sostenerme cuando todo lo demás se deshace.

Tengo miedo. No es nuevo. Es un miedo espeso, antiguo, sin nombre. Un miedo que me acompaña, que me habita, que me ata. No tiene forma.

Ya no pienso en morir. Pero vivir, eso sí, me resulta un misterio.

Y aun así…

Una nueva calada. Cierro los ojos. Intento soñar. Y en ese gesto torpe, inútil casi, algo tiembla dentro de mí. Una gratitud temblorosa que no sé de dónde viene. No entiendo el motivo, ni sé a quién va. Pero ahí está

Gracias por seguir. Gracias por no rendirme del todo. Gracias por esta vida que aún no comprendo, pero que todavía me tiene aquí.

Me visto despacio, sin apuro. Salgo.

El día me recibe con su rutina en esa mezcla tan cruel como hermosa.

No quiero pelear más. No quiero más héroes, ni batallas. Solo quiero vivir. Y que vivir alcance.

Porque hay mañanas en que el alma se agrieta en silencio, y aun así elegimos continuar. Porque hay cuerpos cansados que siguen caminando sin rumbo. Porque hay fuegos ya apagados que aún conservan calor.

Y este instante en este día, roto y cansado, también es vida, y es mío y es sagrado. Con todo lo que duele, con todo lo que no entiendo… es mío. Y es mi vida.

Y por eso siempre sigo.

escritos@pedroatienza.es

Deja un comentario

Pedro Atienza

«Porque quizá —como tú, como yo— hay muchos que no buscan teorías, sino una manera más humana, más honda y verdadera de estar en el mundo. Y tal vez, solo tal vez, al aprender a sentir de verdad, comencemos a recordar quiénes somos»

Inteligencia Emocional Transpersonal