Son las tres y media de la madrugada.
No hay ruido. No hay luz. No hay nadie junto a mí.
Solo el leve zumbido del frigorífico y el crujido perezoso de una cama triste que también parece ya rendida. Y las primeras sombras del alba sobre las paredes desconchadas… como si la casa también se despertara conmigo, sin quererlo, sin entender por qué.
Abro los ojos, pero no me siento vivo. Sólo estoy. Como un cuerpo en pausa, donde por costumbre aún late un corazón que duele.
Abro los ojos… y no encuentro motivo para ningún quehacer.
¿Dormir para qué? ¿Despertar para quién? Nadie notará mi ausencia.
El techo me devuelve la misma pregunta sin respuesta que lanzo al cielo cada noche: ¿Qué sentido tiene esto?
El café ya no sabe como antes. La música no me atraviesa. Mis libros desperdigados, apilados como ruinas aquí y allá. Aquellos libros que un día esperaban ser abiertos como promesas, ahora ya sin esperanza de que me atreva a conocer sus historias.
Todo suena a eco antiguo. a voces viejas detrás de paredes invisibles. Fantasmas del pasado de lo que nunca llegué a ser.
Y yo me muevo —cuando me muevo— como quien finge seguir el guion de una obra que ya en absoluto le importa.

Estoy vacío. Pero no es el vacío limpio de los monjes que contemplan. Es un vacío sucio, pesado, pegajoso, cansado que me envuelve en un pozo sin eco ni fondo.
Me siento al borde de la cama como un náufrago sin mar.
Y ahí, en ese instante sin tiempo, suspendido entre mundos, en ese hueco sin Dios, sin pasado y sin futuro… me atraviesa una certeza:
No es que quiera morir. Es que no sé cómo vivir.
No sé cómo construir algo cuando todo parece derrumbado desde hace siglos.
No sé cómo amar cuando ni siquiera me reconozco en el espejo.
No sé qué parte de mí sigue viva… o si alguna vez lo estuvo.
Y sin embargo, aquí estoy. Estoy. Sentado. Respirando. Escribiendo estas líneas en la penumbra como quien lanza un mensaje en una botella, con la esperanza secreta de que alguien, algún día, las lea y se reconozca en ellas.
No para consolarme. No para salvarme. Sino para decirme: “Yo también me he sentido así… y sigo aquí.”
Tal vez sólo eso baste por ahora.
Tal vez eso, y un poco de silencio, basten para no rendirme esta noche.
Mañana… ya veremos si hay mañana. Hoy estoy.







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